Cromosoma 4

La vida es cruel, se repetía una y otra vez. No hay suerte soñada cuando la suerte está echada. No hay suerte comprada cuando tu herencia es la sangre sellada en una hoja fría, que te cubre la espalda hasta llegar a la médula. No hay suerte deseada cuando está firmada por un Dios que no existe y un santo desconocido. Maldita suerte.

Aquella hoja de papel morera marcaba el paso de un baile impersonal, el que nadie quiere aprender por miedo a quemarse en la hoguera inquisidora, la danza chamánica de un rostro rasgado, vacio y lejano que se deshace a cada paso por mirarlo ya en el olvido. Cuando pensó que la hoja se había quemado, apareció de nuevo enrollada entre los dedos marcados e incrustados de una papeleta fresca y mal diseñada,  con un suspiro atrapado en una mandíbula desencajada. Como una melena que no quieres cortar por miedo a que no vuelva a crecer, así se rebeló, escondido bajo una bola sin números que se lanza a una ruleta,  choca contra las bordes buscando el rojo y cae en el negro para oscurecerte la vida en segundos. Un juego donde el que gana no es el que mejor juega sino el que más suerte tiene. Maldita suerte. 

A partir de ese día lo tuvo claro y se dijo:  A partir de hoy ya no hay más papeles pesándome en la espalda ni más preguntas que hacer. No hay más historias que contar que no sea la tuya,  la de mi compañera de viaje que soy yo misma.

Pertenezco a todos los labios que llegaré a besar
   a los abrazos que llegaré a sentir apretados
      a los latidos que chocarán en mi corazón de frente,
súbitos
 Pertenezco a todas las imagenes olvidadas de mi retina
a todas las mejillas que llegaré a acariciar
a todas las sonrisas que podré recordar,
carcajadas
Pertenezco a todos los cuentos y melodías hurtadas
a todos los bailes inventados sin pasos
 incluso al que está aparcado en el trastero oscuro
Maldita Suerte

Cris

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